El viernes 7 de septiembre de 1990, a las 19.30, María Soledad Morales les dio un beso a sus padres y se tomó el ómnibus desde Valle Viejo hasta San Fernando del Valle de Catamarca para asistir, con sus compañeras de quinto año del colegio del Carmen y San José, al boliche Le Feu Rouge, donde habían organizado un baile para juntar fondos para el viaje de fin de curso que harían en diciembre a Villa Carlos Paz, Córdoba. Nadie podía suponer que ese beso sería el último que la adolescente les daría a Elías y a Ada.
El sabado 8 de septiembre, a las 19 horas, su padre denuncio la desaparcicion de su hija en una comisaria, pero la peor noticia golpearia su puerta ya que a las nueve y media de la mañana del 10 de septiembre de 1990, un obrero de vialidad descubrió el cadáver en un chiquero de la ruta nacional N° 38, en el acceso al campo de deportes del Club Parque Daza, en Villa Parque Chacabuco, sobre los límites de Valle Viejo y el departamento Capital la máscara del horror.
Un cuerpo de mujer violado, quemado con cigarrillos, sin orejas y un ojo, la mandíbula fracturada, aplastado su cráneo, sin cuero cabelludo, y arrancado de cuajo.
Su padre apenas pudo reconocerlo por una pequeña cicatriz en la muñeca izquierda. Y por si poco fuera, la autopsia probó que la muerte se debió a un paro cardíaco causado por una sobredosis de cocaína.
Ella, esa frágil muñeca despedazada con saña digna de un perverso asesino serial, era María Soledad Morales, 17 años, nacida en Valle Viejo, Catamarca –uno de los tantos feudos políticos y corruptos del Norte, el Este y el Noroeste–, y alumna de quinto año de un colegio religioso.
Ada Rizzardo y Elías Morales, padres de María Soledad. Las compañeras del Colegio del Carmen, apoyados por la directora, la hermana Martha Pelloni, crearon y encabezaron las marchas que cambiaron la historia de la provincia
Sus padres, Elías y Ada Morales, vivían en una modesta casa de las cercanías. Una corajuda monja, Martha Pelloni, lideró incansables marchas de protesta que, con el tiempo, se multiplicaron en otras provincias, hasta llevar el caso al ámbito nacional.
Más temprano que tarde, el crimen apuntó a los llamados Hijos del Poder, que en la fiesta de un boliche de oscura fama la convirtieron en el cordero sacrificial del alcohol y la droga, moneda corriente en ese pudridero humano.
La investigación fue una farsa, incluida la intervención a la provincia decretada por el entonces presidente Carlos Menem. Sin embargo, gota a gota por presión de las marchas y del periodismo, se armó –en parte– el funesto rompecabezas, a pesar de que el jefe de Policía ordenó de inmediato borrar todas las huellas incriminatorias.
María Soledad fue llevada hasta ese antro con engaños, y los nombres de los presuntos asesinos quedaron bajo la luz: Guillermo Luque, hijo del diputado nacional Ángel Luque, Pablo y Diego Jalil, sobrinos del intendente José Jali, y Luis Tula, novio de la víctima.
El diputado nacional Ángel Luque y su hijo Guillermo: fue condenado a 21 años de prisión por el crimen, pero fue liberado luego de pasar 14 años tras las rejas por su “impecable” comportamiento
El diputado llegó a decir "Si mi hijo la hubiera matado, el cadáver nunca habría aparecido". Esa miserable declaración de poder absoluto e impunidad le costó la expulsión de su cargo. Pero fue una nimiedad frente a la conspiración de silencioque tejieron el gobierno local, la policía y la justicia…
Recién el 27 de septiembre de 1998 –¡ocho años más tarde!– Guillermo Luque, hijo del exdiputado nacional Ángel Luque, fue condenado a 21 años de prisión por asesinato y violación.
En tanto, Luis Tula, el amigovio de la adolescente, recibió una pena de nueve años de prisión por ser partícipe secundario en la violación.
Tanto Luque como Tula quedaron libres al cumplimentar los dos tercios de su condena. El primero quedó en libertad condicional el 12 de abril de 2009, luego de cumplir 14 años tras las rejas. El segundo obtuvo el beneficio en 2003. Ambos regresaron a Catamarca y se los suele ver por la ciudad. Luque se dedica a los negocios inmobiliarios y Tula ejerce la abogacía, profesión que estudió en la cárcel.
A 28 años de aquel día, Ada sostiene que el recuerdo de su hija es permanente y que jamás vio a alguna persona arrepentirse por lo que ocurrió con Sole. “Lo que hicieron con mi hija fue bastante cruel; ellos le tienen que pedir perdón por toda la masacre que hicieron a Dios y a mi Sole”, dice la mujer, y rememora con dolor: “Yo fui duramente castigada como madre. Muchas personas me cuestionaron. Decían que era mala madre porque no conocía sus amistades y porque no la supe cuidar. Querían hacerme sentir culpable”.
Los seis nietos de Ada saben todo lo que pasó con su tía María Soledad. Es difícil imaginar cómo hizo esta mujer, junto con su esposo, para criar a sus hijos en medio de ese terrible dolor. “Siempre les hablé y ahora lo hago con mis nietos. Les digo que no hay que guardar rencor ni odio en el corazón porque se enferma uno mismo. Hay que dejarlos que caminen. Si uno ha hecho daño en la vida, todo vuelve. No digo que sea de la misma manera que nos pasó a nosotros como familia, pero un dolor se le presenta en la vida y ahí capaz recapacitan”, reflexiona la mujer.
En los últimos años, Ada no se ha vuelto a cruzar con los asesinos de su hija. “Ojalá nunca más los encuentre”, confía y, rememora: “Una vez lo vi a Tula. Yo estaba con mi prima en el centro de Catamarca a punto de tomarme el colectivo. Él tenía la libertad condicional y estaba con un grupo de amigos. Mi prima gritó ¡'el Tula'! Yo quedé paralizada, no podía dar un paso. Mis hijos lo han visto en alguna oportunidad, pero no me lo dicen. Yo sé que ellos también sufren por eso”.
Si la figura del femicidio hubiera existido hace 28 años, los asesinos de María Soledad hubieran sido condenados a prisión perpetua. Sobre este punto, Ada reflexiona: “El caso de mi hija tocó el corazón de todos. Fue el más grande de la historia de Catamarca. Fui a la primera marcha Ni Una Menos. Apoyo a todas las madres, a las mujeres que han sufrido algún tipo de violencia”.