El ministro Gutiérrez
intentó justificar infructuosamente los sobresueldos en su cartera
Del escándalo de los sobresueldos en el Ministerio de Educación puede inferirse el grado de podredumbre que impregna a todo el sistema educativo provincial. Toda la estructura está infectada de anomalías e irregularidades naturalizadas debido a su cronicidad. Se trata de una endemia.
El ministro Daniel Gutiérrez ensayó ayer, tras dos días de silencio, una explicación que resultó patética: calificó los sobresueldos operados a través de la asignación de horas institucionales como "un error administrativo" que se comprometió a subsanar (ver página 18). Pero es mucho más que un "error administrativo". Que los beneficiarios del yerro sean integrantes de su más estrecho círculo de confianza basta para desvirtuar la versión que propone. La maniobra ha anonadado la autoridad del equipo educativo para llevar adelante las reformas de fondo que el sector requiere, autoridad que, por otro lado, nunca fue mucha y ya venía escorada por la designación del propio Gutiérrez, ayuno de precedentes en la materia y en consecuencia de respeto entre la complicada y quisquillosa comunidad docente.
Hay que ir más allá de la peripecia particular del ministro. El caso de los sobresueldos es el problema educativo medular, no por los sobresueldos en sí, sino por lo que representan: el aprovechamiento de las grietas del sistema para obtener provecho particular. La estructura de la educación está tramada por prebendas y enjuagues por el estilo. La gravedad de los sobresueldos radica en que demuestran cómo docentes venales, gremios y autoridades comparten concepciones ventajistas. ¿Cómo espera el Gobierno, después de esto, que alguien se avenga a erradicar canonjías como las licencias truchas, las comisiones de servicio asignadas como favor político o particular o las licencias gremiales? ¿Cómo pretende que directivos de escuelas se abstengan de malversar fondos de las cooperadoras o recursos derivados a ellos por la propia cartera? Los sobresueldos son ejemplares en un sentido muy estricto: demuestran la disposición generalizada a aprovechar en beneficio propio cualquier resquicio. El problema ahora es que el Ministerio de Educación ha perdido toda credibilidad. Difícilmente alguien vaya a tragarse lo del "error administrativo".
Con la denuncia, los gremios se han anotado un triunfo invalorable para sus intereses corporativos. Ayer el paro de ATECA, que sigue hoy, tuvo un acatamiento altísimo, mientras las autoridades del Ministerio de Educación tenían que esconderse por la vergüenza de las "horas institucionales" fraguadas. No había quién cruce las caprichosas excusas de ATECA; no había ni hay ya en Educación jerarcas con autoridad política y ética para objetar las maniobras de los gremios. Todos manoseos en el mismo lodo de los privilegios. Hay que entender la precariedad de las manifestaciones de Gutiérrez. El humo que traficó durante toda su carrera política, en los distintos sectores en los que formó, se reveló al fin como lo que es. No podía mantenerse en silencio para siempre, algo tenía que decir. Dos días estuvo pensando qué y no hubo caso: los sobresueldos son injustificables y ni el más experimentado de los sofistas hubiera podido pergeñar una coartada aceptable para el ilícito. Los diputados del oficialismo confiaron en que tal coartada existía e incurrieron en un papelón al tratar de defender al ministro en la sesión del miércoles ante el embate del FCS, que por nada del mundo iba a dejar pasar semejante papita. Gutiérrez le ha inferido al Gobierno un daño político tremendo al inclinar la cancha a favor de la angurria sindical. Es probable que en el gabinete no le cuestionen tanto las "horas institucionales" como el hecho de haberse dejado pillar en falta, pero eso es un detalle secundario. Lo central, lo esencial, es que el fracaso del ministro hace imposible acometer los cambios que la educación catamarqueña precisa con urgencia, porque antes será necesario reconstruir credibilidad. Es decir que también el perjuicio político sufrido por el Gobierno es accesorio: el golpe afecta a la comunidad educativa, espectadora de una caída sostenida e interminable.
El Ancasti