El Señor de la Peña se prepara para
recibir a los peregrinos en Semana Santa
La roca de unos 12 metros tiene un perfil humano y permanece en la llanura del norte riojano desde tiempos inmemoriales, pero hace unos dos siglos se convirtió en lugar de culto por asemejarse al rostro de Cristo.
Se trata del Señor de la Peña, que dio el nombre a un pequeño y deshabitado paraje ubicado a unos 90 kilómetros al norte de la ciudad de La Rioja, en el departamento Arauco, que en la última Semana Santa recibió a unos 95.000 peregrinos, según datos oficiales.
Por la ruta provincial 9 llegan cada año promesantes a pie, a caballo, en camiones y automóviles particulares, para rendirle culto, en especial el Viernes Santo, cuando millares de velas arden día y noche en torno al Cristo y a las cruces puestas junto al peñasco.
La cerrada noche riojana se ilumina entonces en el solitario paraje junto al Barreal de Arauco y se llena del murmullo de los rezos, durante este particular culto que no figura en el santoral católico pero se ha insertado en la oficial Semana Santa.
Entrada la noche, se oye a los que rezan en forma individual y a quienes rezan el rosario en grupos, así como otros oficios de la liturgia del Viernes Santo, y alrededor de la medianoche comienzan a entonar cánticos hasta recibir el amanecer del Sábado de Gloria.
El culto consiste precisamente en velar al Cristo de piedra durante los días de Semana Santa y los peregrinos se esfuerzan por encender la mayor cantidad de velas posibles, y algunos llegan a tener unas 40 ardiendo al mismo tiempo.
El olor de la cera que se quema y el de pabilos apagados de miles de cirios se expande hasta sahumar buena parte del valle, gracias al viento que también convirtió al barreal -que fue fondo de un lago extinguido- en una de las mejores pistas de carrovelismo del país.
El cebo derretido fluye como un río de aceite por angostos canales que se forman en torno a la peña y muchos utilizan esa cera para pegar pequeñas cruces de caña a la piedra, junto a la cual también dejan otras ofrendas, como flores, sobre una pirca.
Además de las cruces plantadas junto al peñasco, en una de sus paredes hay dibujado un crucifijo, casi invisible por la acción del hollín y el humo de las velas.
Este peñasco representó en la antigüedad la divinidad diaguita "Llastay", protector de la montaña y la caza, hasta que tras la conquista española los cristiano descubrieron que era similar a alguna de las versiones de la cara de Cristo.
Junto al Barreal de Arauco, que resalta como un salar a la distancia al llegar por las sinuosidades de la ruta 9 en los faldeos del cordón de Velasco, resalta esta figura de piedra que alguna vez rodó desde las montañas.
El Señor de la Peña, que resalta en medio de la desolación y la sequedad absolutas, estimula desde el Siglo XIX la curiosidad y la fe de millares de visitantes, que cada Viernes de Semana Santa se acercan en peregrinaje místico a este paraje solitario.
El rasgo principal de la colorida fiesta es el encendido de velas para adorar a la imagen en un ritual que combina lo pagano con una festividad católica.
Si bien el Viernes Santo es el día clave para visitar este santuario, el lugar permanece abierto todo el año, y es recomendable combinar con otras actividades turísticas.
Además del mencionado carrovelismo en el Barreal de Arauco, se pueden visitar los olivares y aceituneras de Aimogasta -a unos 30 kilómetros-, cabecera del departamento y principal centro productor de aceitunas del país, donde además se puede pernoctar.
Quienes llegan desde la ciudad de La Rioja, deben tomar la Ruta Nacional 38 y, a unos 30 kilómetros, empalmar la provincial 9, hasta el Paraje La Puerta, desde donde la cartelería lo guiará por caminos secundarios.