El San Martín de
carne y hueso
En nuestro país, los historiadores clásicos, que suelen ser los difusores de la denominada historia oficial o liberal, desarrollaron una tarea cuyo propósito era consolidar en los argentinos una visión del mundo coincidente con la concepción política a la que adherían.
Con representantes como Mitre, Sarmiento o Alberdi, esta corriente desarrolló una historia nacional que, además de estar impregnada de una ideología determinada, tiene como una de sus características la presentación de los protagonistas de la vida nacional a través de los años como próceres, seres destinados a ser venerados en el altar de la Nación.
Esa es la historia que normalmente se enseña en los establecimientos educativos, aunque por cierto han ido insertándose gradualmente otras visiones, que suelen adherir a lo que se conoce como la escuela revisionista.
De todos modos, la percepción predominante, al menos en la edad escolar, es que los próceres son personajes ilustres e irrepetibles, no hombres –sobre todo- y mujeres de carne y huesos, con valores, defectos, intereses, magnificencias y bajezas.
José de San Martín es el prócer de los próceres y el Padre de la Patria. Su configuración como prohombre que trasciende las vicisitudes de la vida cotidiana, ha impedido analizar las características quizás más ricas de su trayectoria como militar y dirigente político.
Aunque hoy nos parezca inadmisible, San Martín no pudo sustraerse de las internas políticas de los pocos años en los que actuó públicamente en la Argentina, entre 1812 y 1824. Muchos de los dirigentes políticos contemporáneos suyos se constituyeron en sus enemigos.
Por sus ideas estuvo cerca del "morenismo”, aunque Mariano Moreno había muerto (¿asesinado?) antes de su regreso al país. También comulgó con la prédica y la acción de Manuel Dorrego –fusilado años después por el general Lavalle-, Bernardo de Monteagudo, Martín Miguel de Güemes, los caudillos federales del litoral, Gervasio de Artigas.
San Martín era partidario de la emancipación y la unión americana. Pero, además, de medidas tendientes a la igualdad social, o lo que algunos historiadores revisionistas denominan la emancipación popular. Algunas de ellas se plasmaron en la Asamblea del año XIII, como la libertad de vientres, la eliminación de formas de sujeción de los pueblos originarios (mita o encomiendas) y de los títulos de nobleza. En su condición de Protector del Perú impulsó medidas como la eliminación de la servidumbre de los indios, la abolición de la inquisición y de los castigos corporales.
Fue, además, un activo defensor del Estado educador e industrialista.
La historia liberal enfatiza el San Martín que luchaba contra el colonialismo español, pero, interesadamente, poco dice del San Martín que se oponía con igual tenacidad al colonialismo británico o francés.
San Martín partió del país en 1824 agobiado por las luchas internas que desangraban al país, y, cuando estaba a punto de morir en 1850, es muy probable que haya sentido que su destino, inexorablemente, era el olvido de sus compatriotas.
La historia finalmente rescató su legado y llevó su figura al altar de la Patria.
Conocemos su vida de prócer. Deberíamos saber más del San Martín de carne y hueso.