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Tragedia del Ambato

Escrito por Agenciadenoticiaselnevado el lunes, 3 de febrero de 2014 | 12:32 a.m.

El camino a la catástrofe
La tragedia del Ambato expuso con cruel crudeza las consecuencias que pueden derivar de la improvisación...

La tragedia del Ambato expuso con cruel crudeza las consecuencias que pueden derivar de la improvisación y la demagogia en la administración de los recursos públicos.
La priorización de obras impactantes y espectaculares persigue el objetivo de captar votos en detrimento de lo necesario y urgente. Lo inconveniente de este criterio cortoplacista está largamente demostrado en Catamarca, provincia que ha tributado millones de pesos, por ejemplo, a un megaestadio de fútbol o una hostería que nadie ocupa en la cordillera de los Andes, pero carece de infraestructura energética e hídrica aceptable.
Se gasta en lo que se ve, porque se supone que se vota en función de eso. Lo que no se ve, lo que no ha de tener efectos sensacionales inmediatos en el electorado, no merece mayores esfuerzos presupuestarios. Bajo tal concepción se han inaugurado numerosas obras faraónicas, planteadas por el gobernante de turno como históricas y determinantes para el progreso local, que en realidad significaron el retaceo de recursos a lo esencial.
Las derivaciones de este miope principio rector de los gobiernos, que se habían venido experimentando en el deterioro de la calidad de vida, mutaron el jueves 23 de enero al desastre. Aluviones de lodo y piedra precipitados por la cuenca que nace en el Manchao, el pico más alto de la cadena del Ambato, arrasaron El Rodeo y Siján, en Pomán, con el tétrico saldo de 12 muertes hasta ahora.
Las explicaciones que estriban sólo en lo extraordinario del fenómeno natural son de una insuficiencia patética. La misma cuenca había sentado precedentes de su poderío, sin que esto se tradujera en mínimas previsiones para las nada extrañas crecidas. En la edición de hoy (ver páginas 2-3) se da cuenta de un informe de la Universidad Nacional de Córdoba fechado en agosto de 2000 –hace casi 14 años- que advirtió sobre la peligrosidad de la situación de El Rodeo, informe que se sumó entonces a extendidas opiniones coincidentes de rodeínos y veraneantes.
Como nada se hizo, como se insistió en localizar el camping rodeíno en el mismo lugar donde ya había sido devastado, como ni siquiera se estructuró un sistema de alarmas tempranas para las crecidas, como no se organizaron recorridas periódicas para detectar en los cauces la formación de los embalses naturales que precipitan los aluviones cuando revientan, resulta injusto culpar a la suerte por lo ocurrido.
El camino hacia la catástrofe se transitó irresponsablemente. Los catamarqueños no sufren por simple infortunio, sino por la construcción de las condiciones para la tragedia. Nada es gratis.
“¿Qué quieren que le haga?”
Si algún provecho puede extraerse del dolor, es el de modificar las conductas que contribuyeron a provocarlo.
En El Rodeo, las críticas se concentran en el puente llamado “del mástil”, que colapsó con la creciente y, al parecer, dirigió el alud hacia la zona de la Hostería Villafáñez, por el cauce natural del río. Los puentes de la villa ambataña tienen capacidad para canalizar 200 metros cúbicos de agua por segundo; el alud los sacudió con 500 metros cúbicos de agua y escombro por segundo, más del doble.
En Siján, a horas de que se produjera el alud, se habló de la obra río arriba de un azud nivelador para toma de agua, que se habría iniciado a pesar de las recomendaciones de los lugareños en contra de hacer movimientos de suelo allí en temporada de crecientes.
Cualquier conclusión sería en este momento prematura. Hace falta un estudio profundo de lo ocurrido para saber a ciencia cierta si la intervención humana en los ríos agravó los efectos destructivos de la furia desatada de los elementos. No es posible por ahora emitir juicios definitivos, sean éstos condenatorios o absolutorios.
Sí están claras, en cambio, las omisiones, increíbles en una provincia que es pura montaña. No puede negarse que se permitió la construcción de viviendas sobre el cauce del río, ni que se instaló un camping expuesto a las crecientes, ni que no existe el sistema de alarmas tempranas en una cuenca que fluye casi a pique desde la cima más alta del cordón ambateño.
El intendente de El Rodeo, Félix Casas Doering, cometió unas declaraciones antológicas por su síntesis. Confesó que, pese a que está prohibido pernoctar en el camping, no hizo nada para impedirlo porque los acampantes se negaban a acatar sus sugerencias. Es decir: el intendente no utilizó el poder de policía que tiene para hacer cumplir las normas de su comuna. Se excusó: “No se los puede detener, porque quizás alguno tiene un pariente en la política, sacan la chapa y dicen ‘no me toqués’. Lo saque o no, ya depende de la policía y no del municipio”.
Nótese el sensato orden de prioridades del intendente sobre un asunto que hace a la seguridad pública de su comuna. La eventual relación con alguien de “la política” proporciona impunidad a los infractores en El Rodeo. De semejante línea de razonamiento, surge lógico el corolario de lo que pasará a la historia de la filosofía como el “teorema de Casas Doering”: “Chocamos con que la gente es muy imprudente y no le importa nada. Cuando suceden las cosas recién le importa ¿Qué quieren que le haga?”
Grotesco, pero no tanto
El “teorema de Casas Doering” puede parecer grotesco, pero resume toda una idiosincrasia. Es más cómodo y rentable electoralmente no incordiar con el cumplimiento de normativas que preservar la seguridad, como rinde más gastar millones en obras faraónicas para impresionar al zonzaje que invertir en infraestructura básica. Y cuando pasa algo grave, cuando las lamentables consecuencias de esta mediocre concepción se hacen sentir, en ocasiones con la brutalidad de lo ocurrido en El Rodeo y Siján, pues… “¿qué quieren que le haga?”: así son las cosas, los caminos del Señor son inescrutables, el destino está empeñado en deshacer.
La desidia, la improvisación, la demagogia y las corruptelas constituyen una peligrosa combinación.
Después de la tragedia del Ambato, en la columna Cara y Cruz de este diario se abordó la necesidad de una reflexión sobre lo acontecido. “Queda el acre sabor de la impotencia, más intenso por la duda, que atormenta como un remordimiento: ¿los funestos aludes fueron una fatalidad o habría podido hacerse algo para evitarlos y prevenirlos?”
Aunque la reflexión deba aún profundizarse, la pregunta ya tiene su respuesta.

CAJONES
Las explicaciones que estriban sólo en lo extraordinario del fenómeno natural son de una insuficiencia patética.
Si algún provecho puede extraerse del dolor, es el de modificar las conductas que contribuyeron a provocarlo.




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