A dos años de la trunca renuncia de Lio a la Selección.
Dos años. Ese fue el tiempo que pasó entre la noche fatídica de la final contra Chile de la Copa América Centenario, en Estados Unidos, y el día después del épico triunfo ante Nigeria, en Rusia, para meterse en los octavos de final del Mundial.
Aquel día, que hoy parece una pesadilla lejana, Lionel Messi erró un penal en la definición y a la salida de los vestuarios, ya en la madrugada del 27 de junio, comunicó la decisión de ponerle punto final a su carrera en la Selección. “Ya está, se terminó la Selección para mí. Me duele más que ninguno no poder ser campeón con Argentina”. Eran tres finales con caída consecutivas, demasiado nadar para morir siempre en la orilla.
Pero Lio volvió. Jugó 14 partidos, hizo 10 goles y fue el máximo responsable de haber terminado con una sonrisa las eliminatorias más traumáticas de las últimas dos décadas. Cuando las papas quemaban metió tres en Quito. Algo parecido pasó en Rusia. Dos partidos terrenales, con penal errado incluido, y al tercer juego la resurrección. Que va más allá de la magnífica definición para el 1-0, del tiro libre en el poste y de la pelota por la que se tiró a trabar como si fuera un mediocampista central de toda la vida para defender, en el minuto 92, ese 2-1 casi milagroso. Es un combo. Digamos “señales”.
Imposible aventurar qué puede pasar de acá en adelante con la Selección. Pero termine como termine, el 10 no debería reprocharse nunca el regreso. El festejo de ayer, recién para llegar a octavos, casi que ya vale el viaje. A fin de cuentas, si se pasan estos cuatro partidos, habrá cumplido su sueño. Y si no se pasan, habrá dado el ejemplo de volver a intentar. Y en cualquiera de los dos casos está muy bien.
