El 25 de Mayo -
La formación del primer gobierno patrio
El
25 de mayo de 1810 -a poco de llegar a Buenos Aires la noticia de que Sevilla
había caído en manos de las tropas de Napoleón- se constituyó en Buenos Aires
el primer gobierno patrio.
Reunido en la Plaza de la Victoria, hoy Plaza de
Mayo, el pueblo de Buenos Aires impuso su voluntad al Cabildo y creó la Junta
Provisoria Gubernativa del Río de la Plata, conocida como Primera Junta. Se
iniciaba así el proceso revolucionario que desembocaría en la declaración de la
Independencia el 9 de julio de 1816.
Reproducimos
a continuación algunos fragmentos del libro de Felipe Pigna, 1810, donde se
relatan no sólo las encendidas jornadas de 1810, sino también sus múltiples
causas, como la larga tradición de resistencia a la dominación española de los
pueblos originarios, las luchas de los esclavos para obtener la libertad, la
influencia de las revoluciones francesa y norteamericana, el fortalecimiento
del poder criollo tras las Invasiones Inglesas, la invasión a España de
Napoleón Bonaparte y otros sucesos que resultaron esenciales para la formación
del primer gobierno patrio.
Todo
parece indicar que contradiciendo a la famosa canción que hablaba del sol del
25 que venía asomando, aquel día de mayo de 1810 amaneció lluvioso y frío,
aunque claro, la “sensación térmica” de la gente era otra. Grupos de vecinos y
milicianos encabezados por Domingo French y Antonio Beruti se fueron juntando
frente al Cabildo a la espera de definiciones. Y para terminar definitivamente
con la duda metódica, sí, había algunos paraguas, no muchos porque aquellos
artefactos conocidos en Europa por los menos desde el siglo XVIII, eran
bastante caros en Buenos Aires; así que los que podían se cubrían con capotes y
los que no, como siempre, se arreglaban como podían.
Cuando
los hombres de la Legión Infernal se percataron de que agentes de Cisneros se
estaban infiltrando en la muchedumbre , French y Beruti pidieron a su gente que
llevaran en los pechos distintivos. Cuenta un testigo anónimo:“En dicho día se
vio que en lugar de las cintas blancas del primer día, y ramo de olivo del
segundo que se pusieron los de la turba en el sombrero, gastaron cintas
encarnadas”. Es decir: cintas hubo, pero ni celestes ni blancas, y si las
queremos comparar con algo actual, no pensemos en los actos escolares, sino más
bien en los brazaletes de quienes se encargan de evitar colados indeseables en
una marcha de protesta o un piquete.
En
una de sus piezas teatrales, Juan Bautista Alberdi imaginará la siguiente
escena:
“French:
¡A ver, a ver: que vengan esos negros, que se incorporen a nosotros, que se
mezclen con el pueblo! Ellos también son nuestros hermanos. Hijos de la
libertad y de la Patria, ellos también están en el deber de pelear por la
conquista de sus santos derechos. Que vengan, sí, son nuestros hermanos. No hay
colores, ni ante Dios, ni ante la Patria. Uno solo es el linaje de los hombres;
la palabra negro no está escrita en el Evangelio. También para ellos se ha
levantado el Sol de Mayo: a su fecunda luz de hoy más adelante, o todos los
hombres seremos iguales y hermanos, o todos dormiremos hermanos en un común
sepulcro.”
El
cuartel general de los patriotas se estableció en la casa de Azcuénaga, situada
en la esquina de las actuales Hipólito Yrigoyen y Defensa, con excelente vista
a la propia Plaza Mayor.
Siempre
se quiso envolver en misterio lo que pasó aquel histórico 25 de mayo, pero
vamos a recordarlo paso a paso.
El
Cabildo se reunió a las 9 y trató en primer lugar la renuncia de Cisneros. Los
recalcitrantes que todavía dominaban la institución intentaron resistir y, a
través de Leiva, argumentaron que el Cabildo no estaba en condiciones para
delegar la autoridad. Con su habitual espíritu “democrático”, opinaron que el
petitorio presentado por el pueblo no debía influir en las decisiones.
Seguidamente, aunque usted no lo crea, propusieron que la finada junta trucha
presidida por Cisneros reasumiera sus funciones y que los comandantes se
dispusieran a reprimir el descontado desborde popular a sangre y fuego y a
fusilar a algunos cabecillas como escarmiento.
Los
muchachos reunidos en lo de Azcuénaga tenían sus informantes, que comunicaron
las barbaridades que se estaban planteando en el Cabildo. Esto inmediatamente
provocó una especie de avalancha sobre el edificio y un grupo compacto y bien
pertrechado, encabezado por Chiclana y French, logró copar la galería de la
planta alta. Leiva seguía perdiendo tiempo, en su papel de conquistador
indignado con los sudacas que osaban rebelarse contra trescientos años de
“maravillosa administración española”, y lanzaba frases típicas de quien sabe
que está en el horno: “¡Qué atrevimientos son éstos! ¡Qué insolencia!”. Dice el
acta del Cabildo: “Estando en esa sesión la gente que cubría los corredores
dieron golpes por varias ocasiones a la puerta de la sala capitular, oyéndose
las voces de que querían saber lo que se trataba”. Hasta que se abrió una ventana y el síndico
procurador se encontró con la cara de pocos amigos y los insultos de los
“irreverentes” muchachos de la Legión Infernal –esos a los que quería fusilar-,
a los que se atrevió a preguntarles: “¿Qué pretenden?” La respuesta fue
contundente: “la renuncia efectiva de Cisneros”.
En
esos momentos entraron a la sala capitular Saavedra y Beruti. El jefe de los
Patricios aclaró que sus tropas no moverían un dedo para reprimir al pueblo. Sí
accedieron a que se retirase parte de la gente. Cuando la plaza se fue
vaciando, el desubicado de Leiva no tuvo mejor idea que asomarse otra vez al
balcón de sus desgracias y preguntar: “¿Dónde está el pueblo?”. Le contestó
Antonio Luis Beruti, escoltado por algunos “infernales”:
“Señores
del Cabildo: esto ya pasa de juguete; no estamos en circunstancias de que
ustedes se burlen de nosotros con sandeces. Si hasta ahora hemos procedido con
prudencia, ha sido para evitar desastres y efusión de sangre. El pueblo, en
cuyo nombre hablamos, está armado en los cuarteles y una gran parte del
vecindario espera en otras partes la voz para venir aquí. ¿Quieren ustedes
verlo? Toque la campana y si es que no tiene badajo nosotros tocaremos generala
y verán ustedes la cara de ese pueblo, cuya presencia echan de menos. ¡Sí o no!
Pronto, señores, decirlo ahora mismo, porque no estamos dispuestos a sufrir
demoras y engaños; pero, si volvemos con las armas en la mano, no responderemos
de nada.”
Ahora
sí, el actuario del Cabildo se decidió a leer el petitorio presentado la noche
del 24 y los integrantes del cuerpo aprobaron su contenido. El virrey quedaba
finalmente destituido de todo tipo de mando y se nombraba a una nueva Junta de
Gobierno que asumiría a las tres de la tarde de aquel mismo día 25.
Alberdi
concluiría así su “crónica dramática”:
“French:
Demos gracias a los franceses que, en el otro continente, han probado la
impotencia de nuestros tiranos, y a los ingleses que en el nuestro han probado
el poder de los americanos; la conquista en ambos mundos ha ocasionado nuestra
libertad; de la injusticia ha nacido la independencia: los tiranos han creado
las libertades de la tierra. Pretendieron ser nuestros amos: hoy somos sus
iguales. En recompensa de sus balas les brindamos nuestra hospitalidad.
”Beruti:
Compatriotas: En nombre del entusiasmo que abrasa mis entrañas, y del calor de
los valientes que he tenido el honor de presidir en esta jornada inmortal, yo
me tomo la misión de decretar que nadie pegue sus ojos en esta noche de gloria:
el pueblo que duerme impasible el día que ha roto sus cadenas y no se
enloquece, y no se embriaga, y no se enajena y perece de gusto, es un pueblo
indigno y frío, que no tardará en volver a ser esclavo. Yo decreto, señores, a
nombre del honor de ustedes mismos, que durante las horas memorables de toda
esta noche, resuene un cántico continuo y universal al Dios que ha roto
nuestras cadenas.
”Todos:
¡Cúmplase! ¡Viva el denodado Beruti!
”Una
voz: ¡Señores: comienza a llover ya, y no podrá tener lugar ese decreto!
”French:
Si la lluvia, en vez de ser agua fuese plomo, más alto cantaríamos todavía.
Esta lluvia es un regalo oportuno del cielo, para aplacar el incendio voraz que
nos abrasa. Si no lloviese, arderíamos.
”Vieytes:
¡Tiranos: vosotros que no podéis contemplar la faz del pueblo sino con los ojos
de la sospecha y del encono; vosotros que no conocéis el dulce imperio de una
sonrisa ingenua de sus labios, comeos de envidia y de desesperación al
contemplar el cuadro inefable de un gobierno que se confunde con familiaridad y
con amor en los rangos del pueblo que le idolatra y que sabrá perecer por
mantenerle!”
…aquel
25 de mayo de 1810, Mariano Moreno, a quien ya al asumir empezaba a asfixiarlo
la máscara de aquel rey infame y traidor a su pueblo, mirando al futuro,
necesitó decir en el momento en que juraba como secretario de Guerra y
Gobierno:
“La
variación presente no debe limitarse a suplantar los funcionarios públicos, e
imitar su corrupción y su indolencia. Es necesario destruir los abusos de la
administración; desplegar una actividad que hasta ahora no se ha conocido;
promover el remedio de los males que afligen el Estado; excitar y dirigir el
espíritu público; educar al Pueblo; destruir sus enemigos y dar una nueva vida
a las provincias. Si el gobierno huye al trabajo, si sigue las huellas de sus
predecesores conservando alianzas con la corrupción y el desorden, hace
traición a las justas esperanzas del pueblo, y llega a ser indigno de los altos
deberes que se le han encomendado. Es preciso pues emprender un nuevo sendero
en que lejos de hallarse alguna salida, será necesario practicarla por entre
los obstáculos que el despotismo, la venalidad y las preocupaciones han
amontonado después de siglos ante los progresos de la felicidad de este
continente. Después que la nueva autoridad haya escapado los ataques a que se
verá expuesta por sólo la calidad de ser nuevo, tendrá que sufrir los de las
pasiones, intereses e inconstancia de los mismos que ahora fomentan la
reforma.”