¿Te imaginas
cómo sería tu vida sin la música, sin esos sonidos que te han marcado para
siempre en tu vida?
La canción de cuna que te cantaban desde niño, las melodías
de tus primeros cumpleaños junto con otros niños, ese primer tema que dedicaste
a alguien en la radio, el primer disco que te regalaron.
Todo, en tu
vida, estuvo marcado por la música seguramente en algún momento especial.
"La música está en todos lados", dice una parte de una hermosa
película August Rush.
Lo cierto
es que hoy es el Día de la Música en homenaje a Santa Cecilia, la patrona de
los músicos.
Durante más
de mil años Santa Cecilia fue una de las mártires más veneradas por los
cristianos, y en el año 1594 fue nombrada Patrona de la Música por el Papa
Gregorio XIII, adoptándose universalmente el día de su nacimiento como el Día
de la Música.
A través de
los siglos su figura ha permanecido venerada por la humanidad con ese
padrinazgo, cuyo origen es a decir verdad algo confuso y no se sabe con certeza
de qué causas proviene. Sin embargo su nombre es símbolo de la música.
La historia
de Santa Cecilia.
Durante más
de mil años, Santa Cecilia ha sido una de las mártires de la primitiva Iglesia
más veneradas por los cristianos. Su nombre figura en el canon de la misa. Las
"actas" de la santa afirman que pertenecía a una familia patricia de
Roma y que fue educada en el cristianismo.
Solía
llevar un vestido de tela muy áspera bajo la túnica propia de su dignidad,
ayunaba varios días por semana y había consagrado a Dios su virginidad. Pero su
padre, que veía las cosas de un modo diferente, la casó con un joven patricio
llamado Valeriano.
El día de
la celebración del matrimonio, en tanto que los músicos tocaban y los invitados
se divertían, Cecilia se sentó en un rincón a cantar a Dios en su corazón y a
pedirle que la ayudase.
Cuando los
jóvenes esposos se retiraron a sus habitaciones, Cecilia, armada de todo su
valor, dijo dulcemente a su esposo: "Tengo que comunicarte un secreto. Has
de saber que un ángel del Señor vela por mí. Si me tocas como si fuera yo tu
esposa, el ángel se enfurecerá y tú sufrirás las consecuencias; en cambio si me
respetas, el ángel te amará como me ama a mí."
Valeriano
replicó: "Muéstramelo. Si es realmente un ángel de Dios, haré lo que me
pides." Cecilia le dijo: "Si crees en el Dios vivo y verdadero y
recibes el agua del bautismo verás al ángel." Valeriano accedió y fue a
buscar al obispo Urbano, quien se hallaba entre los pobres, cerca de la tercera
mojonera de la Vía Apia.
Urbano le
acogió con gran gozo. Entonces se acercó un anciano que llevaba un documento en
el que estaban escritas las siguientes palabras: "Un solo Señor, un solo
bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está por encima de todo y en
nuestros corazones." Urbano preguntó a Valeriano: "¿Crees esto?"
Valeriano respondió que sí y Urbano le confirió el bautismo.
Cuando
Valeriano regresó a donde estaba Cecilia, vio a un ángel de pie junto a ella.
El ángel colocó sobre la cabeza de ambos una guirnalda de rosas y lirios.
Poco
después llegó Tiburcio, el hermano de Valeriano y los jóvenes esposos le
ofrecieron una corona inmortal si renunciaba a los falsos dioses. Tiburcio se
mostró incrédulo al principio y preguntó: " ¿Quién ha vuelto de más allá
de la tumba a hablarnos de esa otra vida?" Cecilia le habló largamente de
Jesús. Tiburcio recibió el bautismo, y al punto vio muchas maravillas.
Desde
entonces, los dos hermanos se consagraron a la práctica de las buenas obras.
Ambos fueron arrestados por haber sepultado los cuerpos de los mártires.
Almaquio,
el prefecto ante el cual comparecieron, empezó a interrogarlos. Las respuestas
de Tiburcio le parecieron, desvaríos de loco. Entonces, volviéndose hacia
Valeriano, le dijo que esperaba que le respondería en forma más sensata.
Valeriano
replicó que tanto él como su hermano estaban bajo cuidado del mismo médico,
Jesucristo, el Hijo de Dios, quien les dictaba su respuesta. En seguida
comparó, con cierto detenimiento, los gozos del cielo con los de la tierra;
pero Almaquio le ordenó que cesase de disparatar y dijese a la corte si estaba
dispuesto a sacrificar a los dioses para obtener la libertad. Tiburcio y
Valeriano replicaron juntos: "No, no sacrificaremos a los dioses sino al
único Dios, al que diariamente ofrecemos sacrificio."
El prefecto
les preguntó si su Dios se llamaba Júpiter. Valeriano respondió:
"Ciertamente no. Júpiter era un libertino infame, un criminal y un
asesino, según lo confiesan vuestros propios escritores."
Valeriano
se regocijó al ver que el prefecto los mandaba azotar y hablaron en voz alta a
los cristianos presentes: "¡Cristianos romanos, no permitáis que mis
sufrimientos os aparten de la verdad! ¡Permaneced fieles al Dios único, y
pisotead los ídolos de madera y de piedra que Almaquio adora!"
A pesar de
aquella perorata, el prefecto tenía aún la intención de concederles un respiro
para que reflexionasen; pero uno de sus consejeros le dijo que emplearían el
tiempo en distribuir sus posesiones entre los pobres, con lo cual impedirían
que el Estado las confiscase. Así pues, fueron condenados a muerte. La
ejecución se llevó a cabo en un sitio llamado Pagus Triopius, a seis kilómetros
de Roma. Con ellos murió un cortesano llamado Máximo, el cual, viendo la
fortaleza de los mártires, se declaró cristiano.
Cecilia
sepultó los tres cadáveres. Después fue llamada para que abjurase de la fe. En
vez de abjurar, convirtió a los que la inducían a ofrecer sacrificios. El Papa
Urbano fue a visitarla en su casa y bautizó ahí a 400 personas, entre las
cuales se contaba a Gordiano, un patricio, quien estableció en casa de Cecilia
una iglesia que Urbano consagró más tarde a la santa.
Durante el
juicio, el prefecto Almaquio discutió detenidamente con Cecilia. La actitud de
la santa le enfureció, pues ésta se reía de él en su cara y le atrapó con sus
propios argumentos. Finalmente, Almaquio la condenó a morir sofocada en el baño
de su casa. Pero, por más que los guardias pusieron en el horno una cantidad
mayor de leña, Cecilia pasó en el baño un día y una noche sin recibir daño
alguno.
Entonces,
el prefecto envió a un soldado a decapitarla. El verdugo descargó tres veces la
espada sobre su cuello y la dejó tirada en el suelo. Cecilia pasó tres días
entre la vida y la muerte. En ese tiempo los cristianos acudieron a visitarla
en gran número. La santa legó su casa a Urbano y le confió el cuidado de sus
servidores. Fue sepultada junto a la cripta pontificia, en la catacumba de San
Calixto.
Esta
historia tan conocida que los cristianos han repetido con cariño durante muchos
siglos, data aproximadamente de fines del siglo V, pero desgraciadamente no
podemos considerarla como verídica ni fundada en documentos auténticos.
Tenemos que
reconocer que lo único que sabemos con certeza sobre San Valeriano y San
Tiburcio es que fueron realmente martirizados, que fueron sepultados en el
cementerio de Pretextato y que su fiesta se celebraba el 14 de abril.
La razón
original del culto de Santa Cecilia fue que estaba sepultada en un sitio de
honor por haber fundado una iglesia, el "titulus Caeciliae". Por lo
demás, no sabemos exactamente cuándo vivió, ya que los especialistas sitúan su
martirio entre el año 177 (de Rossi) y la mitad del siglo IV (Kellner).
Santa
Cecilia es muy conocida en la actualidad por ser la patrona de los músicos. Sus
"actas" cuentan que, al día de su matrimonio, en tanto que los
músicos tocaban, Cecilia cantaba a Dios en su corazón. Al fin de la Edad Media,
empezó a representarse a la santa tocando el órgano y cantando.