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135º Aniversario

Escrito por Agenciadenoticiaselnevado el miércoles, 10 de enero de 2018 | 8:42 a.m.

10 de enero: 135° aniversario del fallecimiento de Fray Mamerto Esquiú

El 28 de diciembre de 1882 partió el Obispo Esquiú desde Córdoba hacia La Rioja, en tren de segunda clase, a pesar del ofrecimiento de un coche especial. Rezó varias veces junto al pasaje y luego repartió él mismo a los pobres, comida que le habían regalado.


El día siguiente era viernes, y el Obispo Esquiú partió desde la estación El Recreo, en la mensajería. En todas las casas, a su paso, repartió catecismos, rosarios y medallas... Todos se quejaban de que no llovía. Mamerto se internó en el monte y, de rodillas con los brazos en cruz, pidió al Señor la lluvia, que no se hizo esperar.


Ya en La Rioja, cumplió su misión y emprendió su regreso el día 8 de enero de 1883, celebrando antes Misa en el altar de la celda de San Francisco Solano.


En su estadía en la Rioja había realizado múltiples actividades de su rango episcopal y había administrado los sacramentos a numerosas personas.


Regresaba a su sede episcopal de Córdoba en no muy buen estado. Sin embargo estaba contento, en cada lugar que se detenía repartía rosarios, estampas y medallas, confirmaba y daba consejos, mientras por otra parte repartía todo lo que el gobernador le había regalado: comida, vajillas, toallas y cepillos.


Esquiú venía enfermo, los dos primeros días del viaje apenas comió y casi no pudo dormir, aún así atendía a la gente a su paso y prodigaba saludables consejos.


Viajaba en galera, acompañado de su secretario. Al día siguiente su salud volvió a empeorar. Tenía mucha sed, se sentía indigestado y le pesaba la cabeza. Decía tener sueño y no poder dormir.


No obstante, confirmó a numerosas personas en cuanto lugar se detenía la galera.


En Medanitos hicieron un alto y no pudo comer. Un viajero le dio un remedio homeopático que le calmó la sed. A la noche le improvisaron una cama con un cuero en medio del campo y, con un techo de mantas le protegían del rocío.


El miércoles 10 de enero de 1883 amaneció bien, comentó que cuando llegue a Recreo “si Dios me da vida hasta allá, me ganaré una cama y tomaré manzanilla...”;


Desayunó, tomó el remedio del homeópata y continuaron el viaje.


El malestar volvió en seguida y Esquiú sentía otra vez mucha sed.


A las dos y media de la tarde, llegaba la mensajería a la Posta de Pozo del Suncho, en el departamento La Paz, donde lo esperaba mucha gente.


El obispo desde su asiento impartió la bendición a los pobladores, Esquiú ya casi no hablaba y no podía casi moverse.


Sufrió dos descomposturas, se le practicaron diversas curaciones sin resultados.


Allí su secretario ayudado por los lugareños lo bajó y acostó en un humilde catre de tientos de un pobre rancho, luego le administró los últimos sacramentos.


A las tres de la tarde el Padre Esquiú entregaba su alma al Señor.


Cundió la noticia y vecinos de todos lados vinieron a rezar ante su cadáver, y besar sus manos, sus pies, su hábito, su cuerda.


A las nueve de la noche, después de rezar varias veces el Rosario, colocaron su cadáver en la mensajería, y entre rezos y llantos, lo acompañó el pueblo varias leguas. Lo llevaban a la estación El Recreo. A larga distancia antes de llegar los recibió una multitud, a pie y a caballo, con faroles encendidos... Habían salido al encuentro de los restos del santo Obispo, a quien conocieron en su paso a La Rioja; y lo acompañaron rezando y llorando, en lenta caravana. Fue un espectáculo lleno de emoción e inolvidable para todos, en aquella soledad, en una noche tibia de verano.


Desde Recreo, el telégrafo llevó la noticia a todo el país. En la estación esperaba un tren especial, para conducir tan preciosos restos, que la muchedumbre despidió emocionada. Así dejaba tierra catamarqueña, el “Siervo de Dios”, rumbo a la ciudad de Córdoba.


Fue recibido en la estación Avellaneda, unos 100 km antes de Córdoba, entre Deán Funes y Jesús María, por el clero de aquella provincia que le había procurado un lujoso féretro, pero Esquiú no cabía. Su cuerpo se había hinchado y ya comenzaba a descomponerse. Debió ser sepultado en una capilla cercana. Al día siguiente, por orden de las autoridades nacionales, su cuerpo fue retirado de ese lugar rumbo a la Ciudad de Córdoba, previa autopsia de sus entrañas pues se temía pudiera haber sido envenenado.


La muerte del Obispo Esquiú...


El Obispo Esquiú había fallecido y así comunicó la triste noticia la prensa de aquella época:


“Ha muerto no sólo un gran pastor, sino un gran hombre, que iluminó con sus prodigiosos talentos y con la luz de sus conocimientos profundos, el claustro, la Cátedra Sagrada [...] el humilde entre los humildes, que vivía más humildemente aún, ha expirado en un lugar humilde, solitario, privado de todo recurso, rodeado por el misterioso silencio del desierto” (El Eco de Córdoba, 12-1-1883).


“Los buenos se van y cuando los buenos se van es porque algo serio nos prepara la providencia para los malos” (El Ferrocarril, Mendoza, 31-3-1883).


“La humildad, la pobreza, el desinterés, la castidad, el sacrificio, el amor al prójimo, la obediencia; las privaciones y los dolores impuestos a su existencia física. Todo ese conjunto que ha prescripto el rito y que pocos tienen presente, estaba encarnado en el fraile catamarqueño” (El Diario de Buenos Aires, 31-1-1883)


Mientras sus restos mortales descansan en la catedral de Córdoba, el corazón "incorrupto" del religioso fue depositado en el convento franciscano de Catamarca. Fue sustraído en dos oportunidades. La primera vez el día 30 de octubre de 1990.


Ese mismo día, en horas de la tarde, se descubrió que el corazón de Esquiú había sido sustraído y una semana después, el 7 de noviembre, fue encontrado en el techo del convento. Hasta hoy, la Justicia desconoce quien lo sustrajo en aquella oportunidad.


El segundo hurto fue realizado por un joven llamado Gemian Jasani el 22 de enero de 2008 y aún sigue sin encontrarse.


Fue declarado Siervo de Dios en 2005 y Venerable en 2006 y su causa de Beatificación se encuentra iniciada.
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